domingo, 9 de noviembre de 2008

Los Demasiados Libros, de Gabriel Zaid.

Los Demasiados Libros, de Gabriel Zaid.

Por: Juan Etiquetas.
Desde España. en exclusiva para Sinopsis Conocimiento Vital.




Joder cómo escriben en México...

lector tolerante: No, Juan, ya vale; te has metido con toda Argentina, con toda Francia, con todas las mujeres; con todos los cuentistas; con todos los microrrelatistas; con todos los putos poetas (ahí te doy la razón: panda mafiosos)... Pero, ¿con todo México te vas a meter, cabronzón?

juan: No, hombre, era por asustarte el mapamundi...

lector tolerante: Minus mal, que hay que hacer amigos de vez en cuando.

Los demasiados libros suena a torcedura de tobillo gramatical, lo que el señor ese del dardo en la palabra, que era, vamos a decirlo claramente, un talibán de la palabra, un pesao, un pedante y un rollo patatero (no recuerdo su nombre), llamaría un anacoluto.

Anacoluto o pajeo mutuo (que lo mismo nos da), Los demasiados libros suena fatalis para decir algo tan simple como Demasiados libros. Pero se lo perdonamos al autor, porque somos magnánimos desde nuestra superioridad intelectual y, por qué no, metropolitana.

Es un ensayo. Una cosa que me he dado cuenta con los ensayos (llevo leídos dos) es que son como las chuches; o sea, una cosa sin sustancia. Mientras lees tienes la impresión de estar recibiendo mucha información, muchas ideas, y de ir aprendiendo tus cosas. Luego cierras y dices, pero qué leí; y no sabes qué contestar.

Este ensayo va del manoseao de los libros. Me gusta mucho el tema, por lo poco que se trata o lo poco que lo leo. No habla de calidad en los libros ni de estilos ni de géneros; habla del libro como una cosa que pesa, cuesta dinero y no deja de reproducirse.

¡Hay muchos libros, cojones! Están por todas partes, como los blogs. Si Zaid cree que libros hay muchos, anda que blogs no hay... Pero en esto no se mete el mex, se queda con ideas sobre el libro, que son interesante. Una interesante: hacer un libro es barato; otra interesante: cada vez se publican más libros porque cada vez hay más universitarios, que en lugar de gustar de leer, gustan y quieren escribir. Es más: quieren escribir porque leer no es curricular (dice Zaid), nadie se vende a la sociedad por un "He leído todo Proust dos veces y mientras me daban por el culo", pero sí vende "He publicado una novela, he publicado un ensayo, gané una mierda de concurso de cuentos por sms, como Benjamín Prado". Y ahí le da bien duro Zaid a la verdad.

¿Qué es leer? Si un libro me saca de la pregunta qué es escribir y me lleva a la semilla de la pasión (o sea: a cuestionamiento de la lectura) es, sin duda, un buen libro.



¿Qué es leer? Es la verdad inexpugnable. Leer: se hace a solas, se hace para uno; es una de las pocas actividades respecto a la cual no podemos engañarnos. Podemos llevar un libro para impresionar, llevarlo en la mano, mostrarlo, pero nunca leeremos un libro entero por otra cosa que porque nos interesa.

Es una verdad acojonante.

Leer es una ceremonia de placer, no admite excusas ni obligaciones. Yo leo (no como todos esos putos novelistas que no agarran otro libro que el suyo para dar por culo leyendo en alto sus gilipolleces), y es de las pocas cosas que hago que sé que me definen, que sé que son yo.

Frente a ver la televisión, que es una actividad similar a dejarse caer por un abismo, la lectura es la decisión consciente, premeditada, de permanecer en pie y asumir la responsabilidad de estar contigo mismo.

Leer no es una droga; la droga es escribir.

Vamos, que se folla demasiado.


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Un pequeño olvido

Un pequeño olvido.

Por: Anselmo Bautista.



Sentado ahí lo observé columpiando sus pies en la banca del parque. Ese hombre pudo ser un poeta, me dije, por su ensimismamiento, su rostro perdido mirando la nada, ¿o es que había consumido alitas de ángel?

Hoy amanecí con el alma condescendiente. Ayudé a cuando cristiano ví necesitado. A la anciana le cargué su bulto de nopales hasta el mercado; al ciego le ayudé a cruzar la avenida; a la muchacha le levanté su fólder; al perro le aventé los restos de mi pay de piña; al hombre le ayudé a empujar su carcacha hacia la orilla. El caso es que me sentí como un enviado de Dios.


Quise entablar diálogo con aquella persona que pudo ser un poeta meciendo sus pies en la banca del parque, pero ya era tarde. Hacía una hora que debí comprar los zapatos que tanto le gustaron a mi purísima novia y hacía media hora que debí haber pasado por ella para llevarla a festejar su cumpleaños en algún buen restaurante. Ni pensar en llevarla a bailar a algún antro: los odia porque dice que están llenos de alcohol, humo de cigarro y libertinaje.


Regresé a mi auto, lo encendí y al cabo de unas cuadras éste dejó de funcionar. Abrí el cofre para descubrir la falla he hice lo que todo mundo hace cuando no sabe un carajo de mecánica: medí el aceite, le chequé el agua, moví los cables del distribuidor, verifiqué si aún llevaba la banda y todo con el temor de no causar un daño mayor. No descubrí nada anómalo y rogué porque alguien se acercara a ayudarme pero la gente sólo pasaba de largo en sus coches con la indiferencia al prójimo anidada de largos años.


Los ángeles ayudan a la gente, mas a éstos ¿quién los ayuda? Ya solo faltaba que me salieran alitas en la espalda. Llamé a la grúa. ¿Qué tiene tu carro?, me preguntó el mecánico en su taller. Pues de pronto se paró y ya no quiso jalar, le respondí. Le hizo un minucioso chequeo, le conectó el scanner, revisó los cables, la batería, el aceite, en fin que de pronto se quedó parado frente a mi auto, meditando, formulando su diagnóstico. Éste me va a chingar, pensé. Lo miré con insistencia como diciéndole, no se te ocurra inventar un mal que no tiene mi carrito. Me miró, y como si hubiera escuchado mi pensamiento asintió con la cabeza y luego gritó: Felipe, sácale gasolina a ese carro y échasela a éste.


Eso era todo. Un pequeño descuido. Mi carro no tenía ni gota qué quemar. Un descuido que me salió caro sólo por no pararme en una gasolinera. Llegué a casa de mi novia sin sus zapatos porque también olvidé comprarlos por andar de baboso buena onda. Ya no estaba en su casa, se había ido. ¿Con quién?


Días después seguía sin contestar mis llamadas ni recibirme en su casa seguramente molesta de no haber estado allí en su cumpleaños. Estaba angustiado, temeroso de que por un pequeño olvido pudiera perderla. Ciertamente nuestra relación tenía más declives que ascensos pero no lo suficientes como para recibir ese trato de silencio por no haber llegado a la hora de la cita. Necesitaba explicarle lo sucedido y la imposibilidad de hacerlo me llenaba de malhumor.


Un sobre anónimo llegó a mí conteniendo unas fotografías que me gritaban la falsa imagen de mi novia. Ya no sé quién le debe la explicación a quién. La siguiente imagen habla por sí sola. mi novia descansa sobre el pavimento.



Ahora me encuentro meciendo mis piernas, sentado en alguna banca de algún parque. Quizá me vuelva poeta.



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