lunes, 18 de febrero de 2008

Eterna Prisión


Eterna Prisión

Por: Anselmo Bautista López.

En la Universidad de Filosofía y Letras conocí a Josué Iliarte. Hicimos mancuerna casi desde el primer día. Desaliñado siempre igual que sus pensamientos y no por ello mal alumno.

Su cabeza era un museo de historias inéditas que algún día pensaba publicar. Siempre fue para mi un placer escucharlo, y por tal razón organizamos nuestra tertulia donde desbordábamos nuestra imaginación, repasábamos apuntes, criticábamos obras literarias, arte, música y abordábamos cualquier tema digno de discutir (de acuerdo a nuestros criterios), desde los triviales hasta los más complicados y enmarañados.

Las bohemias se prolongaban hasta el amanecer al son de una guitarra, pocas dentro de cuatro paredes y muchas al aire libre, de preferencia rodeando el crujir de leña ardiendo frente a las olas del mar. Así trascurrieron los años universitarios sin mucha actividad social. Siempre enfrascados en nuestras cátedras, tareas y ejercicios cerebrales.

Al graduarnos, meses después, me hizo el siguiente comentario. A veces, lo confieso, me resultaba difícil de entenderlo.

–La novela de hoy –dijo–, tiene que recorrer nuevas sendas definitivamente audaces. Debe tejer el vacío que se cuela por los orificios de la existencia… Me he propuesto narrar una historia que comience con un diario que a la vez se transforme en otras voces para crear una polifonía escrita. Así, del recuerdo pasaré a la anécdota y de ésta a la reflexión, y de la suma de los personajes urdiré una trama que pueda ser infinita.

-Utópico –dije con una sonrisa burlona.

-¿Y acaso no la literatura es una forma privada de la utopía? Toda utopía es búsqueda, ensayo de la perfección, pero sobre todo, un acto de soledad.

Y ahí quedó todo. No lo vi durante dos semanas, ni una llamada para reunirnos, lo que me pareció extraño. Pensé si aquella sonrisa burlona mía lo había ofendido. Lo busqué en su departamento para disculparme pero no lo hallé. Pregunté por él en la Rectoría Universitaria: había renunciado hacía una semana y desconocían su paradero.

Pasó un mes, pasaron dos, se acumularon los meses y formaban tres años cuando apareció en mi puerta una mujer que dijo ser la esposa de mi amigo. Me hizo entrega de varios centenares de cuartillas escritas a máquina y una nota metida en un sobre.

La nota decía: “Una vez leas esto tu sonrisa burlona jamás volverá aparecer furtiva y traicionera.”

Las cuartillas escritas por Josué forman parte de su obra titulada “Eterna Prisión”. Era un texto inconcluso, una novela maravillosa de gran tamaño, una mole sorprendente, difícil de que algún día se pudiera publicar por cuestiones de economía editorial e interés consumista.

Toda ella es una constante pregunta por el arte de escribir.

Josué experimenta y de la ficción hace un acto de prodigio, una triangulación pensante de la literatura que está en los bordes, en los límites.

Emplea una racionalidad alimentada del vértigo de la imaginación. Incorpora a la vida de un desconocido una experiencia inexistente que tiene una realidad mayor que cualquier cosa vivida. Narra el fluir de la vida. Pero también deja sentir su propia experiencia o trozos de vida que explota y expande.

Es así que surge en escena Camilo Segovia, cuya vida no puedo evitar compararla con la de mi amigo Josué Iliarte, su creador.

Camilo, personaje central y escritor de profesión, comienza a narrar su vida a través de su diario que se transfigura en otras voces que, a su vez, describen anécdotas personales que van dejando puntos de reflexión. Conforme avanza Camilo en su narrativa, queda atrapado en una obsesión que lo hunde en el silencio y le provoca después la muerte.

Camilo estaba convencido que la Verdad se le parece a aquél hombre que después de varios años de cárcel ha salido a las calles observando todo como si viniera de otro planeta a descubrir el mundo; o bien, como un aparato milimétricamente preciso para medir el orden de la humanidad.

Josué se sirve de Camilo para hacer literatura dentro de la literatura y se lee en el diario que la novela moderna es una narrativa penitenciaria que marca la caducidad de la experiencia, una estructura cerrada. Para proyectarse y no verse obstruido por ese encierro, se sugestiona diciendo que: la Nada se abriga con el lienzo de los vínculos infinitos, por tanto, el lugar de trabajo y celda del escritor es la escritura y no el exceso de experiencia; así, narrar es traspasar la palabra inyectándole la fogosidad de todo lo que está por revelarse.

Supe después que Josué Iriarte había sido encontrado por la policía deambulando por las calles, perdido y hablando con un ser imaginario. Se aíslo para escribir durante un año los textos que su esposa me había entregado; el siguiente año sobrevivió desorientado por las calles y el tercero se la pasó internado en el hospital psiquiátrico.

Fui a visitarlo pero no pude hablar con él y me conformé con tristeza verlo tras el cristal del ventanal preguntándome si mi sonrisa burlona no fue la causa de su mal, de su desbordamiento intelectual e imaginario al grado de llegar a la locura, obsesionado por escribir una obra sin fin.

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