miércoles, 27 de mayo de 2009

El Envejecimiento

El Envejecimiento.
Por Anselmo Bautista López.


Parece trágico pensar que no hemos venido al mundo más que para envejecer y morir. Evidentemente es algo inevitable. Pero, ¿después de todo nuestra permanencia en la Tierra habrá sido inútil?

Las computadoras están programadas para hacer algo específico. Nuestras células están “programadas” por sus genes para que experimenten gradualmente esos cambios específicos que llamamos envejecimiento.

¿Tiene algún propósito el envejecimiento, este puente hacia la muerte?

Dejando aparte el tema de la existencia, la propiedad más sorprendente de la vida es su versatilidad. Es decir, hay criaturas vivientes en la tierra, en el mar, en el aire, en los géiseres, en los desiertos de arena y polares, en la selva… por doquier hay vida. Incluso, los científicos creen posible inventar un ambiente como los que se creen existen en Marte o en Júpiter y encontrar formas elementales de vida que pudieran sobrevivir en esas condiciones.

Si Darwin no se equivocó, toda esta versatilidad de vida que nos rodea hoy en día, debió producirse en constantes cambios durante complejas combinaciones de genes dentro de su propia naturaleza.

Digamos que la Teoría de la Evolución es correcta a partir de que se dieron las primeras condiciones para que surgieran las primeras señales de vida unicelular en la Tierra.

Veamos. Cuando un organismo unicelular se divide, cada una de las dos hijas tiene los mismos genes de la célula original. Si este proceso de transmisión que son como copias perfectas ocurriera en forma constante e inalterado, la naturaleza de la célula original jamás cambiaría por mucho que se dividiera y se redividiera. Esto significa que en la Tierra sólo habría vida unicelular.

Sin embargo, las copias no siempre han sido perfectas. Casos fortuitos se vinieron dando de vez en cuando de tal suerte que de una misma célula, cuyos genes fueron mutando o evolucionando, formaron lentísimamente y poco a poco distintas razas, variedades y, finalmente, especies.

Como habría de esperarse cada una de estas nuevas especies se desenvolvieron mucho mejor que las anteriores y que otras, adaptándose al entorno y así poblando diversos nichos ecológicos de la Tierra.

Los organismos unicelulares limitados a la versión primitiva del sexo, en ocasiones intercambian porciones de cromosomas creando con ello combinaciones de genes, lo cual aceleró los cambios evolutivos, hasta alcanzar una forma más avanzada como organismos pluricelulares.

La reproducción sexual adquirió más importancia en los animales pluricelulares donde se ven implicados dos organismos. La constante producción de descendientes de éstos es una mezcla aleatoria de genes tanto del padre como de la madre, que vino a introducir una variedad superior a la cual estaba limitada el organismo unicelular. El resultado fue un aceleramiento considerable al ritmo de evolución que se venía dando, extendiéndose con rapidez y facilidad a nuevos nichos ecológicos o logrando una mejor adaptación al ya existente a fin de explotarlo con mejor rendimiento.

Sin duda, algunas combinaciones fueron muy deficientes las cuales desaparecieron pronto, mientras que las otras engrosaron la competencia.

Hasta aquí está claro que la clave de la evolución fue la producción de descendencia con sus nuevas combinaciones de genes mejorados y recargados.

Está claro también que, para que este sistema funcione como lo ha venido haciendo, es preciso que la vieja generación, con sus combinaciones “inferiores” de genes, desaparezca de la escena.

No cabe duda de que la muerte tiene muchas formas de llegar, tarde o temprano, en un accidente o debido al desgaste lento o acelerado de nuestras células. Nuestra apreciación al respecto no entra a discusión.


No obstante, yo me pregunto: ¿Será posible que nuestro proceso de vejez esté acelerado por otro lado de una manera más eficaz y no circunstancial?

Siguiendo a Darwin se me ocurre que aquellas especies con células diseñadas para envejecer eran mucho más eficientes a la hora de deshacerse de los vejestorios a fin de tener el terreno despejado para los jóvenes. De este modo evolucionarían más rápido y tendrían más éxito.

En este sentido la desventaja de la longevidad salta a la vista. El elefante no tiene ni de lejos el éxito de la efímera rata; y diríamos lo mismo de la vetusta tortuga comparada con el lagarto.

De lo cual se concluye que para bien de las especies incluyendo la humana, la vejez no es inútil siempre que concluya en la muerte a fin de que las nuevas generaciones puedan vivir y continuar con la evolución, quizá hacia el Homo Luminus.



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