domingo, 19 de abril de 2009

El Principito en una Rifa

El Principito en una rifa.

Por Anselmo Bautista López

Escribo estas líneas para desahogar mi coraje. Si algún día he de morir será de bilis en un cuerpo de 40 años (por cierto el 21 de abril cumplo años por si alguien quiere regalarme una laptop, de esas de Best Buy, les garantizo que no me enojaré por eso).


Como decía, para promover la lectura entre niños de 8 a 12 años, compré una edición de El Principito. Como experimento lo ofrecí en un sorteo (una rifa) sin costo alguno. Sólo tenían que elegir un número y anotar su nombre.


De 20 números que eran, llegada la fecha del sorteo sólo 8 estaban registrados. Como es de suponerse la mayoría de respuestas fue: le voy a preguntar a mi mamá a ver si quiere; para qué quiero yo un libro, ya tengo muchos de la escuela; no tengo tiempo de leer, me dejan mucha tarea. Otros de plano sólo movían negativamente la cabeza.


Los que sí se anotaron ni siquiera se acordaron de la fecha del sorteo. En fin que hice el sorteo y el ganador fue un niño de 12 años. Sólo tenía yo que esperar a que apareciera para entregárselo. Cuando lo vi me puse emocionado por darle la sorpresa de que había sido el ganador y hacerle entrega del buen libro. Pero mi sonrisa tuvo que desaparecer tan pronto el susodicho, sin emoción alguna, tomó el obsequio y se marchó.


Aún me quedé con la esperanza de que pasados algunos días, el jovencito me diera la sorpresa diciéndome que había leído el libro y que le había gustado y con ello devolverme la sonrisa que yo había perdido frente a su indiferencia.


No lo miré hasta pasada una semana. Le pregunté si ya había leído el libro. Mi emoción aguardaba esperando una respuesta afirmativa.

- No. Se lo vendí a un niño de la escuela por 10 pesos.

Esa fue su respuesta y se marchó dejándome aturdido. Bueno, al menos el niño que lo compró disfrutará de su lectura –pensé.


Para seguir con el experimento (sin un objetivo claro, confieso), rifé una bolsa variada de dulces a 5 pesos el número de 40. Todos se vendieron lentamente entre niños y adultos.


Rifé, más tarde, un juego de play station. 50 números a 10 pesos. Como pan caliente se agotaron.


No diré aquí mis conclusiones respecto a este experimento. Lo que sí diré es que aún siento el coraje de que el gusto por la lectura raye en caso perdido entre la mayoría, no sólo de los niños sino también entre los adultos, pues incluso alguien de unos 35 años me preguntó del porqué rifaba yo un libro.

- Para promover la lectura entre ellos, le respondí.

- ¡Úchale! Yo con unas caguamas encima podría escribir 20 de esos.

- Excelente, cuando lo hagas te pondré en contacto con el editor.

No sé si lo dijo en buena broma o para molestarme. Lo que sí sé (y lo digo casi con afirmación científica) que ese potencial escritor caguamero, sus imaginarios 20 libros inspirado por el dios Baco, no llegarán a formar ni siquiera un cuarto de hoja.


Y así como Antoine de Saint-Exupéry pidió perdón a los niños por haber dedicado su libro a una persona adulta, yo también quiero pedir perdón a los niños por ser incapaz (aunque me he esforzado) de escribir cuentos dirigidos a ellos.


Seguiré esforzándome y espero lograr elaborar un buen cuento antes de que mi hijo comience a leer.


Y aquí dejo este texto para calmar mi bilis con un vasito de leche.



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