jueves, 16 de octubre de 2008

Reporteros de Guerra


Reporteros de Guerra.


¡Apúntenle: que no serán 14 muertos más, sino 14 criminales menos! Grito el Comandante de la Onceava Región Militar.

Señoras y señores corrieron a esconderse. Algunos niños y jóvenes, contrario a lo que suponemos, corrieron a ocupar el mejor puesto desde donde pudieran tomar la mejor foto con la cámara de sus celulares o videocámaras durante el tiempo que durara el enfrentamiento.

Sabían que sus vidas peligraban. Alguna bala podría perforarles el cuerpo. Pero la adrenalina de ver un enfrentamiento y quedarse con un recuerdo que más adelante podría comercializar bien valía la pena.

El enfrentamiento duró cinco horas.

Era tiempo de salir del escondite y apresurarse a tomarle fotos a los rostros de los sicarios caídos o al de algún oficial, perforaciones de bala en las paredes o los coches, manchas de sangre.

Recoger algún casquillo percutido para recuerdo o para su venta con el riesgo de ser detenido por obstrucción en las investigaciones. Y desde luego, la foto panorámica donde saliera su propio rostro para presumir a los amigos o hacer creíble su futura narración de los hechos a “turistas”

La gente se había acostumbrado a encontrarse en medio de recurrentes tiroteos y ver a tantos muertos ensangrentados que vieron la posibilidad de explotarlo ofreciendo “narcotours”, imágenes del evento, evidencia recolectada al descuido de los peritos, levantamiento de cadáveres entre otras posibilidades más.

La frecuencia de hechos violentos y la posibilidad de llevar a sus bolsillos un dinerito llevó a lo cotidiano estos riesgos. A alguien se le ocurrió usarlo como un medio de explotación que se extendió pronto a otros niños y jóvenes que se convirtieron de un brinco sin pasar por alguna preparación universitaria en “reporteros de guerra” o “guías de turistas” a los que acudían para más información de primera mano periodistas y oficiales, los cuales tenían que “caerse” con el billete.

Los que no contaban con la tecnología no se perdían ninguna escena, sobre todo los menores de edad que como obligación se imponían registrar en sus memorias todo lo que aconteciera para guiar al día siguiente y por 10 pesos a “turistas” que quisieran conocer en detalle lo sucedido.

Mostraban huellas de sangre: “Aquí cayó el primero”. Y relataban todo tal y como su memoria se los reproducía llevando al “turista” de un lugar a otro como si fuera un centro histórico y como si los que ahí se enfrentaron a balazos fuesen personajes revolucionarios narrando las acciones de cada uno y exaltando sus comentarios y expresiones a los niveles del heroísmo.

“¡Y aquel salió de su escondite disparando a los soldados. Cincuenta balas perforaron su cuerpo. Mire esta foto y confirme usté lo que le cuento. Deme 20 pesos por ella. Y este casquillo que saco de mi bolsa fue una de las balas que le dio muerte. Mire usté. 30 pesos si le interesa.”

Y en cada balacera en lugar de esconderse, vuelven a correr buscando las mejores posiciones para fijar la foto que les deje más dinero y compita con la de sus compañeros, volviéndose este juego cada vez más peligroso para sus vidas a la vez que se van convirtiendo en cronistas y corresponsales de guerra.

Saludos.


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