martes, 21 de octubre de 2008

Niño Prodigio.





Niño prodigio.


Por: Anselmo Bautista López.


Cuando el tío Macario, hombre culto y pedagogo citadino, le contó la historia de un señor llamado Da Vinci, Manuelito quedó maravillado del genio. Se preguntó si él mismo a sus 17 años tendría alguna facultad escondida que se revelara como prodigiosa que lo sacara de la pobreza en que vivía y lo llevara por el mundo del conocimiento y la fama.

Como desconocía a dónde acudir para descubrir su potencial le envió una carta a su tío pidiéndole consejo. El buen hombre no le supo responder pero en cambio le prometió llevarle algunos libros para que los estudiara y descubriera por sí mismo sus capacidades.

Pasó de tiempo y lo fue olvidando entregado a cortar leña y venderla en los poblados circunvecinos. Para su desgracia, su tío apareció nuevamente de visita. Esta vez con varias cajas llenas de libros. También llevaba un televisor y una reproductora de DVD con el fin de que viera una película titulada Una Mente Maravillosa, en la cual un hombre se esmera en descubrir fórmulas matemáticas y explicarlo todo a través de ellas.


Se metió tanto en el personaje que el tío Macario no supo si había hecho bien o había hecho mal a su sobrino. Manuelito quedó deslumbrado por la inteligencia del hombre de las matemáticas y mientras cortaba leña y la transportaba a otros pueblos para conseguir algo de dinero marcaba con lápiz fórmulas extrañas en la madera, en los árboles, en las piedras, como si con ello quisiera dejar mensajes de que por allí rondaba un niño prodigio soñando de que algún día se aparecería algún personaje enigmático para encargarle un servicio ultra secreto gracias a su “mente maravillosa”.


Debía estar preparado para cuando llegara ese día porque seguramente sucedería. ¿Si era bueno con el hacha porqué no lo sería en otra cosa como las matemáticas? Así que comenzó a explorar sus capacidades físicas y mentales para descubrir la ecuación, la fórmula matemática que le diera prestigio, renombre, dinero y un buen estatus social.

Desempolvó los viejos libros pedagógicos de aritmética, álgebra, trigonometría que el tío le había obsequiado. Y confirmó lo confirmado que era igual de bruto que en sus tiempos escolares pero sabía leer. Esta vez no se rindió. Repasó lo básico repitiendo religiosamente las tablas matemáticas del 1 al 10, elaborando operaciones aritméticas de suma, resta, división y multiplicación de hasta 5 cifras. Cayó en la cuenta de que su escondida habilidad prodigiosa en las matemáticas se hallaba muy pero muy escondida.


Así que se puso a buscar en otras áreas. Por ejemplo: deporte (practicó clavados cada vez de mayor altura hasta que su nariz se acható contra una piedra), Física (descubrió que otro ya había descubierto la Teoría de la Relatividad), Química (Aprendió la composición del Agua), Arquitectura (se puso a diseñar casas con papá y mamá), Contabilidad (descubrió que existe un Libro Mayor y su hermano el Libro Menor y otro que se llama del Diario, así como de la existencia de los contadores).


Trabajó manualidades de papel y barro. Reinventó la guitarra con cuerdas de liga. Escribió poemas que ni a su fiel perro Mochito le gustaron. Intentó el escapismo bajo el agua que casi le cuesta la vida. Jamás pudo leer la mente con su turbante de Kalimán ni profetizar el futuro.


Pasó a la invención. Según él inventó el columpio aerodinámico; la resortera de precisión; el trompo de cinco kilos; diseñó mapas encriptados que ni él mismo podía descifrar. Construyó unos patines de cuatro ruedas de madera que sujetó a las correas de sus huaraches y jalado por su burro, compañero de trabajo, dio tumbos sobre las piedras de la terracería. Nada causó impacto, a no ser los patines. Otro se le adelantó diseñando unas llantas de madera más grandes las cuales unió con un chasis de madera y una tabla para sentarse. Fue el primer automóvil del pueblo jalado con fuerza por los muchachos. Las pendientes eran las más interesantes. Hubo muchos accidentados y el vehículo fue abandonado poco a poco pues no era sencillo darle dirección sin un volante. Así que cual más terminaba con el hocico en la tierra y con las nalgas saludando el cielo.


Manuelito tomó ventaja de ese inconveniente y le integró un volante al artefacto y un sistema de frenos. Pero en lugar de ser aplaudido fue abucheado por plagio. No le importó. De cualquier modo le verían montado en su carrito jalado por el “Capiche” su leal burro, lo cual le ahorraba largas y cansadas caminatas vendiendo leña. Tenía presente que debía superar ese invento cuanto antes o el hombre enigmático no vendría por él sino por su competencia.


Inventó una pistola de pólvora con armazón de madera, cañón de tubo de cobre y una mecha incrustada en un pequeño orificio. Después de probarla varias veces decidió por fin darla a conocer. Consiguió pólvora y deshiló un mecate. Ese día estaba emocionado. Ahora sí tenía un gran futuro económico al diseñar un arma económica que después perfeccionaría para patentarla.


Invitó a sus amigos como testigos. Cargó el cañón con pólvora, le apisonó hilos de mecate. Todo medido y calculado. Le dejó caer un balín de bicicleta vieja al fondo del cañón, le volvió a meter pólvora y otra vez mecate que apisonó bastante bien. Finalmente le colocó la mecha sacada de alguna vela. Todos se hicieron a un lado menos el inventor y su más cercano amigo que encendería la mecha con un cerillo.


Estaban a punto de ver la efectividad del arma. La mecha encendió. El ayudante se retiró y se tapó los oídos. Manuel sujetó la pistola con el brazo extendido, su otra mano la colocó en su cintura, abrió las piernas, una delante de la otra. Hizo, sin darse cuenta, la misma pose que su abuelo hacía en alguna vieja fotografía apuntando con una pistola.


Todo ocurrió en un segundo cuando el fuego llegó a la pólvora. El arma explotó en la mano de Manuel, el cañón salió por los aires y el balín se clavó en la pierna de uno de los testigos. Manuel cayó al suelo con su mano ensangrentada por incrustaciones de madera. Después de ese evento, se rindió en la búsqueda de sus cualidades prodigiosas.


Tomó su bitácora donde describía paso a paso cómo fue llegando a cada uno de sus descubrimientos o inventos y la aventó en un rincón de su cuarto imponiéndose asimismo ser práctico y olvidarse de sacar sus ocultas habilidades prodigiosas.


Meses después descubrió su bitácora. Repasó sus líneas. Meditó largo rato. Sí, ¿por qué no? Haría un ensayo científico el cual titularía: Cómo saber si su hijo es un Niño Prodigio. Métodos efectivos.


Aquí reproduzco fielmente los dos únicos métodos y la advertencia que compone el complejo ensayo que a detalle elaboró Manuelito:


Método Primero del Agua:

Desnude a su hijo. Sujétele pies y manos con una reata y láncelo en la parte más profunda del río. Espere dos minutos. Es importante que el padre se mantenga en estado relajado o podría echar a perder la prueba. Pasados los dos minutos saque al niño del agua. Si ve que no se mueve ni responde a estímulos es que su hijo no es un niño prodigio.



Método Segundo del fuego:

Hierva en un recipiente suficiente agua (recuerde hervirla a 100 grados porque a 90 grados sólo hierven los ángulos rectos). Introduzca con cuidado y completamente al niño durante diez minutos. Puede ser que queme un poco. Si su hijo sonríe es que es un niño prodigio. Si no sonríe, espere el segundo hervor. Si aún sigue sin sonreír es que aparte de no ser un niño prodigio, tampoco tiene sentido del humor.



¡ADVERTENCIA!

Estos dos métodos tienen una efectividad 100% comprobada. Sólo que ambas pruebas tienen un pequeño inconveniente. Independientemente del resultado, el niño no servirá para nada después del test.


Un saludote a todos.


Comentarios a: el.sabroso.21.sinopsis@blogger.com
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