jueves, 24 de enero de 2008




X-MEX


Por: Por Anselmo Bautista López


Cuántas veces no hemos sido objeto del aberrante muro burocrático, del mal servicio que prestan los monopolios como Telmex, Comisión Federal de Electricidad, o simplemente haber recibido la apatía de los maestros o director de la escuela de su hijo. Pésimo ejercicio de sus funciones.


¿Y cuando los vemos en las calles haciendo protestas con sus carteles levantados? Oh, Dios Santo, de la noche a la mañana se han convertido en víctimas de un sueldo denigrante demandando un incremento de emergencia a los salarios mínimos porque los precios han subido y exigiendo se reduzca el sueldo a los funcionarios públicos que los ofende hasta llegar al mínimo de 51 pesos en repudio a la política económica y social que el gobierno estatal o federal aplica.


¿Pero qué tal cual se trata de atender alguna queja de un consumidor? ¿Qué respuesta le da? ¿Qué hace para respetarle y defenderle sus derechos como consumidor de tales servicios? ¿Cuál es su actitud para resolverle su problema?


Por doquier vemos apatía e indisposición para solucionar problemas. Es como si al empleado se le pagara para hacerle la vida de cuadritos al consumidor. Y es que tenemos una Procuraduría del Consumidor que sirve para dos cosas: Para consumir un gasto público y estorbar.


Los consumidores en México somos los más desprotegidos en toda América Latina, que sólo podemos aspirar a una mala e hiélica conciliación, pues la Profeco y otros órganos de defensa niegan la justicia eficaz, pronta y expedita, como si los consumidores y su satisfacción del servicio no fuera algo importante.


Para Telmex y CFE, poco importa que el consumidor se encuentre satisfecho, si alguna queja tiene entonces deberá tragársela y si no quiere pagar, pues se le corta el servicio y punto. No pasa nada.


Si la PROFECO hiciera su verdadero trabajo, así como cualquier otro órgano creado para la defensa de los derechos de los ciudadanos, no tendríamos gasolineras con muy bajo octanaje y tampoco defraudarían con los litros de la misma forma que en las gaseras, tampoco se redondearía a minutos las llamadas por celular. Tampoco tendríamos directores de primarias vendiendo las inscripciones días antes de que éstas se abran.


Pero como los sueldos son tan raquíticos que llegan a insultar la dignidad sobre todo la de los servidores públicos, tanto que éstos se permiten algunos privilegios para nivelar el sueldo que se “merecen”. Así es como vemos a Agentes de Tránsito acechando en las esquinas, a policías levantando indefensos civiles, catedráticos prostituyendo su profesion canjeando un 8 de calificación por una botella de whisky; la balanza de la justicia inclinándose hacia donde pese más billete.


Actitudes tales hace que México produzca gente frustrada y malhabida, llevando al profesionista, aquel joven que se quemó las pestañas por sacar un carrera, a toparse como el mundo real de la desilución y desesperanza y a caso empujarlo a la delincuencia, porque se ha dado cuenta que su profesión no le dará mucho de qué comer, porque habrá que ocuparse en cualquier otra cosa antes de que la hambruna lo mate.


Tal es el caso de Marcos que por pura curiosidad leyó el periódico antes de ir al trabajo. Los legisladores están atareados por legalizar el aborto y la eutanasia; ya van más de 50 ejecutados en lo que va del año; la instalación del colector pluvial ya lleva seis meses y COMAPA no hace nada por tapar el hoyo que va creciendo; el Instituto de Acceso a la Información (IFAI) es un mito al derecho a la información y un órgano encubridor; Fox es acusado por debilitar el Estado de Derecho; los imperios monopólicos evaden impuestos federales a pesar de que gozan de privilegios fiscales.


Mientras Marcos vivió en el limbo de los sueño allá en la Universidad, ahora se da cuenta que el flamante BMW se ha convertido en un Datsun 76 que no solo quema más gasolina de la que debería sino que en la gasolinera no le vaciaron los litros que ha pagado; más adelante tránsito le pega una mordida porque su placa trasera va colgando a cambio de no enviar su último modelo al corralón; toma su celular para avisar que llegará tarde a la chamba y se da cuenta que el pinche aparato recibe una señal de radio sin antena y para colmo ya le comió el crédito. Llega preocupado al trabajo a recibir el regaño por su tardanza. Se instala y agarra al primer “amigo”; le pide un préstamo para pagar el recibo de luz que ya se le venció porque sus dolientes 2500 pesos mensuales sirvieron para nada. Es el colmo, el cliente no para de reclamarle. Él lleva prisa y tiene cosas más importantes qué hacer y no tiene su tiempo. No encuentra el modo de despacharlo lo más pronto posible. Su paciencia está llegando al límite. No debe explotar. Lo caniliza con su jefe inmediato para que solucione el problema que no está en sus manos resolver. El jefe lo llama incompetente, el cliente es primero, le dice. Se ha ganado un punto en contra. Ahora tendrá que lidiar con la incompetencia y desgana del jefe que le va a responsabilizar de cualquier resultado desfavorable, porque a pesar de que el cliente es primero, él no tuvo las agallas para enfrentarse a un consumidor indignado o las ganas para atenderlo personalmente. Marcos no le resuelva el problema y el cliente se va más encabronado que indignado. No va a la Profeco, para qué perder más tiempo.


Marcos le piensa. Ya no habrá que defenderse de la grilla de sus compañeros sino también la de su jefe inmediato. Ya no pedirá el aumento que tenía pensado, seguro se lo negarán por incompetente y a caso lo pondrán a limpiar pisos.


La esperanza familiar de una licenciatura se fue por el caño. Mejor hubiera puesto una tiendita que invertir en 4 años de universidad sin ninguna productividad. Se une al mitin para reclamar un aumento emergente al salario y contra el alza de los precios.


Se da cuenta que el Estado, la sociedad y las aulas universitarias lo han engañado, porque le dijeron desde pequeño que si estudiaba y se hacía profesional tenía garantizado no sólo el acceso inmediato al mercado laboral sino un envidiable sueldo que le cumpliría sus sueños infantiles. Sueños que bien puede borrar el fin de semana con los amigos echándose unas chelas o en los brazos de su sensual y deseada novia que ya está chocada de la relación porque no la saca ni siquiera a dar la vuelta por los pasillos de Chedraui. ¿Y de dónde mi reina? ¿Mejor véngase p’aca y déjese querer, qué no?


Rebusca la manera de sacar clandestina e ilegalmente algo de su centro de trabajo que le nivele su sueldo o le de un poquito para más frijolitos porque los que hubo en casa no alcanzaron. Se convierte en hormiga. Lo cachan, el soplón ha abierto la boca. Renuncia o cárcel. Mejor desempleado.


Piensa. Busca un modo de solucionar su problema económico que su título le está negando resolver.


Encuentra dos opciones:


La primera, entrarle al narcomenudeo que su cuate el pelos parados le propuso o de plano a lo grande. Recuerda la montaña de billetes verdes que salió en las noticias de un tal chinito que quien sabe dónde andará, quién sabe cuánto fue y quién sabe a dónde fue a parar. Pero lo sospecha.


Pero Marcos tiene un corazón noble y opta por su segunda opción: mandar todo a volar, incluyendo a la exigente novia que ya trae en su viente a un Marquitos e irse de mojado a los Estados Unidos, ganar billetes verdes y regresar con una flamante troka roja o de plano quedarse allá y legalizarse, porque ha terminado por convencerse de que la vida en México es una mierda.





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